Otro problema importante que deberá regularse cuanto antes es el que atañe a las empresas de rating, aquellas que se encargan de valorar la solvencia de las compañías, como refe­rencia fundamental del riesgo que se asume cuando se adquiere un producto. Muchas críticas -y la mayoría con razón- han caído sobre este tipo de entidades, que valoraron con la máxima solvencia a sociedades financieras y compañías que, a poco de iniciarse la crisis, dieron muestras de que estaban en bancarrota. La valoración de estas compañías es fundamental para las entida­des financieras a la hora de comprar a otras sociedades productos para su propia tesorería. Si compran bonos con la máxima ga­rantía y luego resulta que son de empresas quebradas, el agujero patrimonial que han de asumir puede acabar con la entidad. Y esto es lo que ha pasado en la actual crisis.

El asunto es que las empresas que se dedican a hacer las valoraciones de solvencia son las mismas o tienen muy estrechos lazos con las entidades que diseñan y desarrollan los productos financieros que precisan de su trabajo. Si una empresa financiera quiere vender muchas emisiones de bonos, por ejemplo, necesita que éstos sean de la máxima calidad, porque de lo contrario, generarán desconfianza y será más difícil colocarlos. Pero el nú­mero de empresas con gran solvencia es limitado. Entonces, la empresa de valoraciones se dedica a dar certificados de máxima solvencia a empresas que no la tienen para no romper la cadena, poder sacar al mercado muchas emisiones de alta calidad y que el negocio no pare. Al final y cuando se empiezan a producir los primeros síntomas de la crisis, las compañías dejan de pagar sus compromisos financieros y se descubre que ¡de máxima solven­cia, nada! El banco se queda con su agujero patrimonial, la em­presa que desarrolló el producto se lava las manos y la compañía de rating mira para otro lado y dice con gran convencimiento y solemnidad que «era imposible saber que tan buena compañía podía dejar de atender sus compromisos financieros, porque en los escenarios previstos, de acuerdo con el comportamiento histórico de esa compañía, no preveíamos que tal cosa pudiera ocurrir». Lo que ocultan los responsables de estas empresas es que nunca en la historia estas compañías habían asumido tal volumen de riesgo y, por tanto, el comportamiento histórico no servía de referencia. Deberían reconocer su imprudencia a la vista de que los escena­rios previstos habían sido desarrollados sobre volúmenes hasta entonces desconocidos y teniendo en cuenta que algunos pres­tigiosos economistas llevaban alertando desde hacía un tiempo sobre el alto riesgo que estaba asumiendo el sistema financiero y empresarial. Pero es muy difícil dejar de echar gasolina al fuego cuando tú te llevas el 90 por ciento en forma de beneficio de lo que vale el litro del líquido incendiario.




También las tasadoras de inmuebles han sido objeto de du­ras críticas por la forma de valorar los inmuebles de los fondos de inversión inmobiliarios, de las entidades financieras u otro tipo de sociedades. La forma con la que realizaban dichas valoraciones llevó a la CNMV a emitir una nota en junio del 2008, en la que se recomendaba a estas entidades que efectuaran una «inspección física del inmueble al menos la primera vez que se valore». Tal vez a alguien le resulte imposible imaginar cómo se puede valorar un inmueble sin inspeccionarlo físicamente y, sin embargo, ha sido una práctica de las tasadoras en algunas ocasiones cuando se trataba de poner precio al patrimonio inmobiliario de grandes compañías. La sensación ha sido muchas veces que estas tasado­ras negociaban con su cliente (el comprador o el vendedor) el precio del inmueble que deberían fijar.Si los estructurados son la infantería del más peligroso ejército financiero, los «hedge funds» (fondos libres de alto riesgo) son la brigada motorizada, el ejercito de tanques con capacidad de llevarse por delante cualquier patrimonio y tri­turarlo si es necesario. Son fondos que nacieron, nuevamente, de la mano de los bancos de inversión, dispuestos a rizar el rizo y encontrar nuevos productos que posibilitaran todavía más beneficios en un ambiente de fáciles ganancias. Estos fon­dos tratan de aprovechar las ineficacias del mercado cuando, por ejemplo, obligan a suspender pagos a una compañía con posibilidades de obtener beneficios en un futuro más o menos cercano, o cuando se desprecian los bonos o acciones que han emitido determinadas compañías que, a la larga, tienen posi­bilidades de ofrecer buenos resultados. El problema es que no hay tantas ineficacias en el mercado y que la proliferación de «hedge funds» en los últimos tiempos ha obligado a muchos de sus gestores a adquirir activos con mucho riesgo y sin apenas posibilidad de revalorizarse.

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